La Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNDU) estima que la densidad es una de las maneras de asegurarle a las personas el acceso equitativo a los bienes públicos urbanos. Por ello, los instrumentos de planificación territorial en Chile deberían ir en favor de las ciudades más sostenibles, de la mano de políticas de desarrollo de viviendas en lugares en los que exista acceso a equipamiento de salud, educación, áreas verdes y transporte, generando ciudades con una mayor entropía urbana, con menor gasto energético, con más conectividad urbana y cultural, proclive a la diversidad y, definitivamente, más productivas y con habitantes más felices.
Hay que dejar de tenerle miedo a la palabra densificación y entender que las ciudades que crecen en extensión son poco ecológicas, al usar territorios que no son necesarios, sino que obligan a sus habitantes a tener que recorrer grandes distancias para ir de un lugar a otro. Todo esto hace que aumente la huella de carbono del planeta, algo que no podemos darnos el lujo de hacer. Por el contrario, la densidad permite desarrollar ciudades más benévolas con el medio ambiente, barrios caminables y vida al aire libre.
Es urgente dejar de lado el crecimiento de ciudades por extensión y repensarlas como barrios verticales. Las políticas públicas deben favorecer urbanizaciones más inclusivas y planes de desarrollo comunales que fomenten la diversidad de usos permitidos, donde puedan interactuar oficinas, viviendas, comercio, educación y áreas verdes en un mismo sector. Si densificamos conscientemente, las personas no se ven obligadas a desplazarse grandes distancias para abastecerse o trabajar.
La evidencia es clara. Cada residente de un edificio construido en Santiago Centro, donde dispone de todo cerca, emite en promedio 5 veces menos CO2 que el habitante promedio de sectores únicamente residenciales que tiene que trasladarse a otras comunas. Cada habitante de este mismo edificio tiene en promedio 42 minutos útiles más por día frente al residente promedio del Gran Santiago.
Vale la pena, también, mirar la experiencia internacional de urbes que han encontrado en la densificación la base para el desarrollo sostenible de las ciudades. En Vancouver y Nueva York, la densificación mejoró la calidad de vida de las personas, quienes dejaron los autos en casa, comenzaron a desplazarse a pie y a ocupar las áreas verdes públicas. Singapur, en tanto, comprendió algo esencial sobre las ventajas de la densidad urbana: que sólo podría mantener los espacios verdes creciendo hacia arriba.
La regeneración urbana, a través de la densificación de los barrios, favorece la diversidad y el uso eficiente de espacios públicos sustentables, potencia las actividades económicas y mejora la interacción de los habitantes dentro de la ciudad, lo que se traduce en calidad de vida y un aporte al ahorro energético y sustentabilidad de la ciudad.
Necesitamos ciudades más densas, diversas y compactas para mejorar la calidad de vida de todos y disminuir el impacto ecológico de las ciudades sobre el medio ambiente. Lo importante es que todo lo positivo que trae consigo la densificación, como la movilidad sustentable, los nuevos servicios y equipamiento, y la mayor cohesión social, sea percibido como un aporte y supere con creces los prejuicios que existen.