Chile es el segundo productor de salmones a nivel global. Sin embargo, este logro se ve empañado por cuestionamientos permanentes al desempeño ambiental y sanitario de esta industria en el país.
Una de las críticas apunta a que en la mayoría de los centros de cultivo se mantiene una importante densidad de peces confinados en espacios reducidos, lo que genera una gran cantidad de residuos orgánicos e inorgánicos.
Entre los primeros se encuentran las heces, las mortalidades y el alimento no ingerido por las especies, que se precipitan y acumulan en el fondo marino. En el caso de los desechos inorgánicos, se cuentan los plásticos de aparejos empleados en este rubro.
Frente a ello, el 27 de enero pasado se publicó en el Diario Oficial la Ley Nº 21.410, que modifica la Ley General de Pesca y Acuicultura (Nº 18.892), para exigir a los titulares de concesiones acuícolas –o quien tenga derechos sobre esas áreas para el ejercicio de la actividad– que adopten medidas para evitar o reducir el depósito de residuos orgánicos e inorgánicos en el fondo de las zonas concesionadas. En la práctica, la nueva norma obligará a las empresas salmoneras a remover estos pasivos ambientales.
Nanoburbujas
La depositación de desechos orgánicos en el fondo marino aumenta la carga de nutrientes, principalmente fósforo y nitrógeno, que existen naturalmente en el medio, reduciendo la disponibilidad de oxígeno en la columna de agua y en el sedimento. Lo anterior, a su vez, genera alteraciones en el ecosistema.
Mauricio Bueno, Gerente de la División Acuícola de Kran, explica que en el fondo marino se genera un proceso natural de intercambio de gases entre el sedimento y la capa de agua que lo cubre. Pero cuando hay hipoxia o anoxia (baja o ausencia total de oxígeno disuelto), esa interacción se hace muy lenta.
Ante tal eventualidad, añade el ingeniero, se puede revertir la condición anaeróbica de los lechos en los centros de cultivos mediante el empleo de nanoburbujas. Esta técnica de remediación acelera el proceso de intercambio gaseoso.
Si se aplica con un enfoque preventivo, la solución provoca una sobre oxigenación del fondo, evitando una condición anaeróbica. Sin embargo, también permite la remediación o recuperación de concesiones que ya estén afectadas por el problema.
La Ley Nº 21.410 exige a los titulares de concesiones acuícolas la remoción de residuos desde los fondos marinos.
“Los estudios demostraron que las nanoburbujas no suben como una burbuja común –como las macroburbujas de una gaseosa o una microburbuja de un difusor cerámico, por ejemplo–, sino más bien se mueven en un medio aleatorio. Es decir, se mantienen por largos períodos de tiempo en el lugar donde fue suministrada esa agua con nanoburbujas. Asimismo, tienen una carga negativa y una presión interior gigantescas, lo que, al implotar, genera un poder de desinfección en el medio”, precisa Bueno.
En este procedimiento, además de las propiedades físico químicas de las nanoburbujas, se utilizan diferentes gases, como nitrógeno (N) y dióxido de carbono (CO2).
De acuerdo con una clasificación de Sernapesca, los fondos marinos se clasifican en varias categorías. Los Nº 3 y Nº 4 tienen hasta 60 metros de profundidad y pueden ser blandos (fangosos) o duros (roca), respectivamente. Por otra parte, los de categoría Nº 5 son mayores a 60 metros y corresponden a lechos blandos y duros.
El ingeniero de Kran explica que los procedimientos de remediación presentan distintas complejidades dependiendo de factores como el tipo de lecho y la zona geográfica del país.
La experiencia de la compañía, fabricante y exportadora de equipos de nanoburbujas, ha sido principalmente en concesiones acuícolas de las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes, correspondientes a los tipos de fondo 3, 4 y 5.
Sin Químicos
Mauricio Bueno comenta que una operación habitual de remediación implica el uso de una embarcación, módulo o plataforma flotante, uno o varios equipos de nanoburbujas y uno o dos robots submarinos.
Las nanoburbujas se aplican mediante el uso de mangueras que caen desde el barco, con la altura precisa para llegar hasta el fondo marino. Al acercarse al lecho, las burbujas nanométricas se distribuyen por medio de difusores. Mientras, el procedimiento es supervisado por medio de grabaciones de video y fotografías captadas por los robots.
La duración total de las labores va entre 1 y 5 meses. “Pero es difícil determinarlo con exactitud a priori, porque pueden ser uno o dos meses, pero los tiempos de recuperación, dependiendo de si se trata de fondos blandos o duros y el nivel de carga microbiológica, son diferentes”, explica el profesional.
Agrega que, desde el punto de vista técnico, aún no está definida una frecuencia adecuada para repetir la operación: “Estamos buscando el punto de equilibrio para determinar cuándo es el momento correcto, durante la etapa de engorda, en que se tienen que aplicar nuevamente nanoburbujas para lograr la prevención de la condición anaeróbica”.
Como beneficios ambientales, Mauricio Bueno destaca que el uso de nanoburbujas no requiere de químicos ni tampoco genera resuspensión de sedimentos: “Es decir, no genera ningún daño colateral al medio ambiente”.
Toxicidad Expandible
De manera complementaria, se pueden realizar estudios en las zonas a intervenir con el fin de obtener datos que aportarán a la labor de remediación.
Luis Salgado, Gerente General de Desmar, compañía dedicada a la consultoría e ingeniería en el área marítimo portuaria, sostiene que este tipo de sondeos son útiles “porque al remover depósitos de contaminantes en el lecho marino, éstos se dispersan pudiendo afectar con su toxicidad los fondos marinos y la columna de agua aledaños”.
Añade que “al conocer la dinámica del agua y el régimen de marea del lugar, las operaciones pueden programarse en los momentos en que las corrientes sean menores, con un mínimo efecto hacia las áreas vecinas”.
En esa línea, Salgado afirma que pueden efectuarse diversos tipos de estudios. Los de corrientes marinas, por ejemplo, “aportan los parámetros de dirección e intensidad de la corriente para la modelación de plumas de dispersión y dilución de contaminantes, al caer desde las redes peceras hasta el fondo marino”. También hay sondeos que entregan datos sobre las amplitudes de marea, las que por su efecto generan las corrientes marinas.
Además, están aquellos que contribuyen con datos de velocidad y dirección del viento, como forzante –junto con la marea– de la dinámica de la masa de agua, y los de sedimentos marinos, “que permiten caracterizar la composición de materia orgánica y no orgánica de los sedimentos depositados en el fondo marino, debajo y en las inmediaciones de un centro de cultivo”.
Sumado a lo anterior, existen estudios de estratigrafía, que hacen posible conocer la distribución vertical de la materialidad del fondo marino –especialmente en sedimentos blandos–, que puede estar formado por materia orgánica (fecas, restos de alimentos) y no orgánica (arenas, gravas, arcillas). Asimismo, se desarrollan seguimientos oceanográficos de la columna de agua para ver la presencia de contaminantes orgánicos en suspensión.
Artículo publicado en InduAmbiente N° 175 (marzo-abril 2022), págs. 46-47.