Por Gabriel Caldés.
Consultor especialista en servicios sanitarios
Ex Gerente General de Econssachile
Autor del libro “La Industria Sanitaria en Chile de Cara al Siglo 21”
Son pocos los sectores cuya gestión guarda una relación tan íntima con el medio ambiente y con la salud pública, como la industria sanitaria. Al año 1990, el 98% de las viviendas urbanas contaba con servicio de agua potable y el 80% tenía alcantarillado, logros obtenidos cuando el Estado estaba a cargo de los servicios sanitarios. El tratamiento de las aguas servidas, en cambio, prácticamente no existía y éstas se disponían sin sanear directo a los ríos, lagos o al mar, generándose zonas con alta contaminación que perjudicaban a la población, a la flora y fauna del sector, y a actividades económicas como la agricultura y el turismo.
Así se conformaba uno de los pasivos ambientales más importantes del país de esos años, lo que afectaba la salud de la población que presentaba una alta tasa de enfermedades entéricas como Hepatitis y Tifus, causadas por falta de higiene personal o por el consumo de alimentos contaminados con aguas servidas y mal lavados. Según la Organización Mundial de la Salud, cada dólar gastado en saneamiento de las aguas servidas, genera un retorno de US$ 5,5 (en América Latina es de US$ 7,0), debido fundamentalmente a la disminución del gasto en salud.
Gestión Estratégica
Sobre ese escenario, el aporte realizado por la industria para llegar a coberturas del 100% en los servicios sanitarios urbanos ha sido muy valioso, y ha puesto al país en un nivel de clase mundial en esta materia. La inversión para alcanzar esta meta fue de US$ 4.500 millones de dólares entre los años 2000 y 2013, sin que el Estado destinara un dólar.
Este avance ha sido consecuencia de la participación de tres actores. Primero, los operadores, que a lo largo de la última década realizaron las inversiones adecuadas en alcantarillado y tratamiento de las aguas servidas, para lograr la cobertura total. Segundo, la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS), que supo exigir y fiscalizar el proceso de inversiones a través de los planes de desarrollo de las empresas y separar los roles del regulador y del operador. Y tercero, la comunidad, que en último término asumió el costo de las nuevas inversiones y su operación a través del pago de su cuenta, la que se vio incrementada por este motivo.
El logro de la meta mencionada, además de transformar un pasivo en un activo ambiental, marcó el fin de una etapa centrada en la ingeniería y el paso hacia la fase actual donde la industria sanitaria debiera enfocarse en una gestión estratégica de largo plazo, incorporando conceptos como “valor compartido” (en relación a la comunidad), “economía circular” (con mirada de nuevos negocios) y “Smart city” (inteligencia operacional).
Si bien lo realizado por la industria sanitaria ha sido fructífero, producto de una razonable asociación de intereses públicos y privados, aún existen tareas pendientes o brechas de expectativas con los consumidores o autoridades que no han terminado de resolverse, como son la escasez hídrica, las pérdidas de agua, la gestión de olores y lodos, o la reposición de infraestructura. Y en el futuro se van a agregar otros (uso de agua reciclada, nuevos negocios y negocios relacionados, incorporación de tecnologías, etc.), que será necesario abordar para satisfacer las nuevas exigencias del entorno y de un medio ambiente que cada día requiere mayores cuidados y compromisos. Los desafíos que se aproximan no necesariamente serán compensados con aumentos tarifarios. La tarifa ya llegó a su tope y, salvo cambios normativos, no debería en el futuro aumentar su valor, e incluso en algunos casos debería empezar a disminuir.
Lea este artículo completo en InduAmbiente N° 143 (noviembre-diciembre 2016), págs. 86-89.