Contradiciendo el dicho popular, en el amor y en la guerra no todo está permitido. En un enfrentamiento bélico, por ejemplo, es imposible legitimar el uso de productos químicos que provocan severas consecuencias en la población civil.
Es lo que ocurrió por el uso del llamado “agente naranja”, por parte de Estados Unidos, durante la guerra de Vietnam (1962-1971). Este compuesto, que contenía herbicidas y defoliantes para evitar que la guerrilla local pudiera protegerse debajo de la cubierta vegetal, habría provocado miles de muertos y más de 500 mil malformaciones congénitas en niños y niñas. Según estudios, a más de medio siglo de finalizadas las hostilidades, esta arma química aún sigue pudriendo los suelos de Vietnam a través de los sedimentos de ríos y lagos.
Otras múltiples investigaciones apuntan a la actividad bélica como causante de graves daños al entorno natural y humano, afectando significativamente los ecosistemas. De hecho, según el Programa para el Medio Ambiente de la ONU, más de dos tercios de los hábitats de la biodiversidad mundial han sido impactados por guerras u otros conflictos armados durante las últimas seis décadas.
Larga Duración
Para ilustrar sus consecuencias, un reportaje de la empresa de información meteorológica Meteored, con base en España, sostiene que “así como una intensa erupción volcánica, las actividades militarizadas destruyen y contaminan todo a su paso. Incluso son peores, pues sus consecuencias tienden a prolongarse mucho más tiempo y no solo contaminan el aire, sino que también degradan los suelos, exterminan la vegetación e infectan los cuerpos de agua”.
En la nota también se asegura que la degradación ambiental que causan las guerras comienza mucho antes que se dispare la primera bomba o bala. Así lo avala un informe de la organización Conflict and Environment Observatory, que plantea que conformar y mantener fuerzas militares consume grandes cantidades de recursos como metales comunes, tierras raras, agua e hidrocarburos.
El armamento hundido en el mar libera compuestos tóxicos que suponen un peligro para la vida de los ecosistemas marinos.
Además, los vehículos militares, aeronaves, buques, edificios e infraestructura en general son altamente demandantes de energía, que en la mayoría de los casos proviene de combustibles fósiles y cuyo uso es altamente ineficiente. “Las emisiones de CO2 de los ejércitos más grandes son mayores que las de muchos de los países del mundo combinados”, afirma el reportaje.
Agrega que el entrenamiento militar genera emisiones, perturba los hábitats terrestres y marinos, y causa contaminación química y acústica por el uso de armas, aeronaves y vehículos.
Por otra parte, se ha documentado que uno de los mayores efectos históricos de las guerras en el medio ambiente se relaciona con el hundimiento de armamento en el mar para evitar su reutilización por el bando enemigo.
Tanto así que, de acuerdo a antecedentes de la fundación española Aquae, en los mares del Norte y Báltico hay más de 1,6 millones de toneladas de municiones, las cuales liberan compuestos tóxicos que suponen un peligro para la vida de los ecosistemas marinos.
Ucrania: Peligro Radioactivo
Desde el 24 de febrero pasado, cuando se inició la ofensiva rusa sobre Ucrania, numerosos e importantes daños ambientales se han producido en las diferentes regiones ucranianas. En Donbas, por ejemplo, cerca de 900 minas de carbón y metalúrgicas activas e inactivas, especialmente por falta de mantención, han incrementado su aporte de gases contaminantes a la atmósfera y de toxinas a los cursos y cuerpos de agua.
Asimismo, distintas organizaciones ambientales aseguran que ataques a centrales eléctricas, depósitos de combustibles y otras infraestructuras han provocado el derrame de petróleo y liberación de peligrosos contaminantes al aire, agua y tierra. Ya en los primeros días del conflicto, el ejército ruso se apoderó de la central nuclear de Chernóbil, donde en 1986 se desencadenó el mayor desastre nuclear de la historia. El desplazamiento de los tanques por el suelo aún contaminado ha provocado un aumento significativo de la radiación alrededor del sitio.
Cabe añadir que Ucrania cuenta con unos 15 reactores de energía nuclear en cuatro plantas, que abastecen a más de la mitad del país, que si son atacadas podrían liberar desechos radiactivos que contaminarían amplias zonas durante miles de años.
Por si fuera poco, el conflicto ha provocado el hundimiento de muchos barcos y la destrucción de puertos como los de Pivdenny u Ochakiv, en las inmediaciones de la Reserva de la Biosfera del Mar Negro, una de las mayores áreas naturales protegidas de Ucrania que alberga varias especies en peligro de extinción.
Casos Emblemáticos
A juicio de la ONU Medio Ambiente, aparte de las nefastas consecuencias provocadas por el uso del agente naranja durante la guerra de Vietnam, los siguientes componentes del medio ambiente y su biodiversidad han sufrido impactos significativos durante el último siglo por diferentes conflictos bélicos:
• La vida silvestre y deforestación en el Congo:
Desde mediados de la década de los años 90, una serie de sangrientos conflictos armados en la República Democrática del Congo ha tenido un efecto devastador en las poblaciones de vida silvestre, las cuales han servido como suministro de carne para los combatientes. “Especies pequeñas como antílopes, monos y roedores, y otras más grandes como gorilas y elefantes de los bosques, han sufrido terriblemente por la guerra”, asegura un informe, que también menciona como efectos de las hostilidades el uso indiscriminado de recursos naturales y la deforestación.
• Las marismas en Irak:
En respuesta a un levantamiento chiíta en el sur de Irak, a principios de la década de 1990 las tropas de Saddam Hussein drenaron las marismas mesopotámicas, el ecosistema de humedales más grande de Medio Oriente, situado en la confluencia de los ríos Tigris y Eufrates. Esto provocó la transformación del paisaje en un desierto con cortezas de sal. Más recientemente, en 2017, los militantes del Estado Islámico incendiaron pozos petroleros en la ciudad de Mosul, en el sur del país, y liberaron al aire, el agua y la tierra un cóctel tóxico de químicos.
El deterioro de la calidad del aire es uno de los ejemplos más visibles y contaminantes de los conflictos bélicos.
• Los bosques de Afganistán:
Décadas de conflicto han destruido más de la mitad de los bosques de Afganistán. “El país ha sido deforestado hasta en un 95% en algunas áreas, en parte debido a las estrategias de supervivencia de la población y al colapso de la gobernanza ambiental durante décadas de guerra”, sostiene la ONU. Añade que la extensa deforestación ha tenido múltiples implicancias sociales, ambientales y económicas para millones de afganos, incluida la creciente vulnerabilidad a desastres naturales como inundaciones, avalanchas y deslizamientos de tierra.
• Los ecosistemas de Nepal:
Durante el enfrentamiento armado entre 1996 y 2006, el ejército nepalés, anteriormente responsable de la protección de los bosques, fue movilizado para operaciones de contrainsurgencia. Esto dio lugar a la explotación irresponsable de la vida silvestre y de los recursos vegetales como las hierbas medicinales, entre ellas Yarsagumba y Chiraito, por parte de insurgentes y civiles en áreas como el Parque Nacional de Khaptad, en el Área de Conservación de Makalu Barun.
• Minería y tala en Colombia:
La extracción de oro no regulada en este país causó, por décadas, daños ambientales en áreas controladas por los rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. La minería, la extracción ilegal de otros recursos naturales y la tala fueron una fuente importante de financiamiento para los rebeldes, provocando la contaminación por mercurio de los ríos y la tierra, especialmente en la cuenca del río Quito.
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Datos
6
De noviembre: a instancias de la ONU, se conmemora año a año el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados.
2016
Año en que la ONU Medio Ambiente adopta una resolución que reconoce “el papel de los ecosistemas saludables y de los recursos gestionados de forma sostenible en la reducción del riesgo de conflicto armado”.
Artículo publicado en InduAmbiente 175 (marzo-abril 2022), págs. 86-88.