Terrorífico, devastador, dantesco… Los calificativos se hicieron insuficientes para abarcar y darle un nombre al desastre natural ocurrido el 25 de marzo pasado en ciudades y localidades como Copiapó, Chañaral, Diego de Almagro, Tierra Amarilla y El Salado. Ese día, debido a abundantes y prolongadas precipitaciones, muy poco usuales en la Región de Atacama, se produjo el desborde descontrolado de diversos ríos que en forma de aluviones terminaron arrasando o inundando todo a su paso.
El evento se tradujo en pérdidas humanas, destrucción y, por cierto, en impactos ambientales, sobre todo en el aire, agua y suelos atacameños.
César Araya, Seremi del Medio Ambiente, relata lo que se ha hecho para reducir los efectos de la emergencia en el entorno natural y humano de la capital regional: “El Gobierno implementó en Copiapó un conjunto de medidas con la finalidad de bajar los niveles de concentración de material particulado, MP 10, que se registraron una vez secado el lodo. Entre éstas destacan el barrido de calles y la aplicación de un supresor de polvo (cloruro de calcio con caña de azúcar) y de restricción vehicular, las cuales han sido eficientes para mejorar la calidad del aire post aluvión. Sin embargo, la concentración de MP 10 en Copiapó es aún mayor a la que había antes del episodio del 25 de marzo”.
Resultados de Estudios
Post aluvión, diversos estudios se realizaron para determinar los niveles de contaminación de la población afectada, así como del aire, agua y suelos de las zonas impactadas.
En julio pasado, el Subsecretario del Medio Ambiente, Marcelo Mena, dio cuenta de las conclusiones de la medición de metales pesados en el aire realizada por el Ministerio del Medio Ambiente, entre el 5 y 18 de abril, en Copiapó. Su declaración fue escueta: “Con las muestras que tomamos en dos puntos hemos demostrado que no hay riesgo a la salud de las personas asociado a metales pesados en el aire de Copiapó”.
Según el análisis de los resultados, en ambos sitios monitoreados el valor máximo de contenido cobre obtenido fue de 0,45 µg/m3 (milígramo por metro cúbico) en el material particulado, y la norma de referencia (norma EPA) señala un valor límite de 1 ?g/m3. Respecto al nivel de plomo, con un valor límite de 0,5 ?g/m3 como concentración anual, se registró un valor máximo de 0,14 µg/m3. Para el mercurio, la norma EPA señala un límite de 0.3 µg/m3 y el valor máximo obtenido en los puntos de medición fue de 0,014 µg/m3. Y en relación al arsénico, la norma de referencia señala un tope de 6 µg/m3 y la concentración registrada fue de solo 0,03 µg/m3.
A su vez, el diagnóstico preliminar “Adaptación ambiental y salud pública post aluvión: Chañaral y Atacama”, compuesto por cuatro estudios piloto, reveló, por ejemplo, concentraciones mucho más bajas de arsénico, níquel, cobre y plomo en la orina de habitantes de Chañaral en relación a una evaluación realizada entre 2006 y 2012.
Como informó El Mercurio, este hallazgo sorprendió a los investigadores en Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica (UC). Ellos comentaron que tales resultados podrían atribuirse a la mezcla de agua y lodo que bajó desde la cordillera e hizo un “efecto de lavado” al diluir los metales pesados.
Lea este artículo completo en Revista N° 137, páginas 26 a 29.